Cuento
El buque rosado que una vez surcó el mar orgullosamente se veía navegar ahora sin rumbo fijo, alejándose de la ruta de las estrellas que lo guiaban hasta hace algún tiempo. Su tripulación desorientada como cardumen de peces en la tormenta, desconforme con el devenir que les anunciaba una bitácora maltrecha y una brújula averiada.
Hace meses ya que una bandera negra con una calavera de insignia estaba flameando en el mástil principal del barco y que por los sombríos nubarrones en el cielo había pasado desapercibida en su ondear pernicioso, tanto así que los antiguos marineros a bordo ignoraron el destino fatal que les deparaba.
Ciertamente el control había sido tomado por alguien con deficiente experiencia en la navegación pero por sobretodo con una avaricia tan grande como el mar que la rodeaba. Quién iba a pensar que la mujer de madera que era el mascarón del barco, el adorno orgulloso que colgaba de la proa sintiendo la briza marina en su rostro, la figura tallada que coqueteaba con tritones y que jugaba con los delfines, optara una noche por desengancharse definitivamente del navío, que creía ser una extensión de ella, caminara por cubierta a hurtadillas y eliminara a todos los marinos artífices del barco, incluso a aquellos que la tallaron con sus manos. Tanto fue su locura que se le ocurrió un día cualquiera eliminar el ancla por considerarla un estorbo, también de cortar una vela para hacerse un traje con ella, y que al verse dominadora de la nave con meros códigos marítimos en aguas calmas y vientos de popa, se sintió capaz de coger el timón y hacerse cargo sola del barco completo, auto designándose “reina” del buque y grabar su nombre en el con la misma espada con que asesinó a su tripulación. Y bailó entonces su danza de traición mofándose de las tradiciones marinas y maldiciendo al océano por sus olas y su espuma blanca.
Un mascarón que se transformó en una vil pirata arrogante al control, confiando los destinos del barco a la visión limitada que le da su único ojo visco; una pirata con piernas de palo tan dura como su desfachatado rostro; una pirata con un desplumado papagayo en su hombro que aparte de ensuciarle con fecas su traje le aconseja a sus oídos obtusos algún engaño; una pirata con un garfio oxidado en su mano derecha tan chueco como su moral que le sirve para rajar a cualquiera que se le cruce en su camino con alguna idea contraria.
Pirata que al verse desesperada luego que el buque se le descontrolaba en una tormenta reclutó nuevos marinos, a los que embrujó con discursos zalameros y falsas promesas de islas y de tesoros brillantes para conseguir que se embarcaran. Marineros incautos que han visto en este buque un espacio donde albergar sus sueños huérfanos, siendo cómplices de la traición a la tripulación original que dio todo para construir el barco que ahora navegan. Marinos ignorantes que ven en este barco pirata la única forma de navegar los mares, aunque eso les cueste luego caminar por el extremo de una tabla hacia donde hambrientas medusas esperan abajo.
La ambición de poder de un solo personaje que ha llevado al buque navegar por turbias aguas de cochayuyos, para seguir el canto truculento de las sirenas, que ignora el faro en la costa que le indica los acantilados de coral y la guarida del calamar gigante. Un barco pirata amparado a que la suerte evite zozobrar por tanta carga muerta que lleva o que encalle en unos requeríos en donde las gaviotas vuelvan a hacer sus nidos y las ratas su guarida. Un barco que viaja dando tumbos por las olas sin ningún mapa que mirar, solo con la posibilidad de asaltar y saquear puertos en su rumbo, de festejar con tesoros de plomo, de vanagloriarse de triunfos ajenos pasados, de esconderse de la luz del día y evitar que sus negras velas, oscuras como ojo de tiburón y tinta de pulpo, delaten sus malévolas intenciones.
Un mascarón traidor que algún día querrá saber en el futuro de su aporte a la navegación marítima y mirará con su solitario ojo en la fuente del oráculo de Poseidón y no verá nada más que un barco fantasmal y la imagen reflejada de su cara estampada en un trapo negro al tope del mástil mayor.
Milton Carnavera