Cuento
Hace mucho, mucho tiempo, cuando la luna era casi tan luminosa como el sol y las estrellas apenas podían divisarse en el resplandor de la noche. Un pequeño niño recogía flores de luz al costado de un camino de piedra negra.
Chispas de todos los colores brotaban de los tallos y las hojas cuando el niño arrancaba las flores de la tierra, para luego meterlas, en el pequeño canasto de madera tallada que traía bajo el brazo. Cuando por fin creyó que tenía suficientes tomó su canasto y comenzó el largo camino de regreso a su casa. En un recodo del camino se encontró a un viajero de tierras lejanas.
-¡Eh niño! – Gritó el hombre -¿Qué traes en la canasta?
– Son florez de luz -Respondió el niño.
-¿Pero para qué sirven? – El niño se encogio de hombros y respondio con sencillez – Son hermosas.
-¿Nada mas?, ¡mira cómo brillan el niño sonrió y luego de despedirse cortésmente siguió su camino. Muy pronto olvidó al extraño hombre ocupado como estaba en cazar a un cangrejo azul con enormes y tornasoladas alas de mariposa.
Pero el hombre no olvidaba y pensaba en la forma de oscurecer la mitad del día, pues gran fortuna aguardaría a quien poseyera esas flores, capaces de brillar como un centenar de estrellas.
Mucho lo pensó hasta que sus ideas se convirtieron en acciones, primero se dedicó a reunir todas las flores del reino, las arrancaba y las volvía a plantar en sus tierras con violenta obsesión, hasta que llegó a ser el único propietario de las maravillosas flores de luz.
Ahora que tenía todas las flores en su poder comenzó a meditar en la forma de apagar la luz de la luna que con su intenso resplandor convertía la noche en un segundo día, mucho lo pensó hasta que llegó a la conclusión de que tal empresa estaba muy por encima de sus fuerzas, fue así que haciendo acopio de valor y convocó a los señores de las nubes, poderosos señores de elevada condición, ofreció una fiesta para agasajar a sus invitados y entre copas de licor de maguey, carnes asadas y música ensordecedora los logró convencer de la necesidad de hacer una diferencia entre día y noche, apagando el resplandor de la luna.
Los señores de las nubes, poco acostumbrados a las mentiras del mundo de los hombres, pensaron que la petición era justa y con un golpe que estremeció a las montañas abrieron grandes grietas en la cara de la luna, por donde se le escapaba la luz y la vida.
Muy pronto comprendieron la locura que acababan de cometer pero el daño estaba hecho, la luna sangraba luz y pronto moriría si no se encontraba alguna forma de llenarla nuevamente.
Fue así como el hombre fue castigado por sus mentiras a realizar la penosa tarea de extraer el néctar de las flores de luz y llenar a la luna cada vez que esta amenazara con vaciarse por completo. La tarea es ardua y penosa y sólo tres días al mes el hombre puede ver con satisfacción a la luna toda luminosa, llena con el néctar de las hermosas florez de luz.
Claudio Acuña