22 de marzo de 2025

Raices Humanas

Cultura y Acción Ciudadana

Crónicas del barrio Bandera

Quedé boquiabierto cuando el tren arribó a la estación Mapocho, una noche del verano del sesenta y dos. Su estructura metálica, su techo enorme, los trenes que llegaban y salían, personas que iban y venían raudamente, muchas maletas, canastos, paquetes, silbatos, humareda, en fin, demasiada actividad para mi pobre y tranquila vida provinciana. Al salir de la estación, quede obnubilado de la cantidad de vehículos que transitaban frente a ella, micros de variados colores y recorridos, avisos luminosos de neón: Hotel Bristol, Aluminio El Mono, Fuente de Soda el Buque, etc.

     Han transcurrido más de cuarenta y siete años de esa experiencia, y hoy que comparto una pequeña oficina en el sector, hago remembranzas de este popular barrio.

     Mientras miro por la ventana de mi oficina, me convenzo que todo ha cambiado desde que lo conocí, como también, desde el tiempo que llevo trabajando en este barrio, ya que se ha peruanizado lentamente, y sin que nos demos cuenta, hoy estamos rodeados de restoranes, pequeños almacenes, centro de llamados y ciber café, juegos de azar y tragamonedas cuyos dueños y empleados son del vecino país.

    Salgo a la calle y percibo que los olores y sabores chilenos están en retirada, ya que nuestra querida y tradicional cazuela de vacuno, de ave y de chancho con chuchoca, ha dado paso a “un sudado de pescado a lo macho”, nuestro ancestral charquicán se lo ha cambiado por una “ají de gallina”, “unas parihuelas”, “un seco de cordero”. Nuestros porotos con riendas son cambiados por un “Tacú Tacú de frejoles”, el puré picante por unas “yucas rellenas”, nuestra entradita de tomate relleno por una “causa limeña” o “papas a la huancaina”.

   Pensar que en la década del veinte, en esta última cuadra de Bandera y sus alrededores, existían una gran cantidad de restoranes que expendían condumios y brebajes alcohólicos típicamente populares, como “La Antoñana”, “El Zum Rhein”, “El Ciclista”, “El Venecia”, “El Teutona”, “El Hércules”, “El Jote”, “El Central Bar”, y el sin par Cabaret “Zeppelín”, donde se hizo famosa “Lili Arce” cantante argentina y una de las dueñas de éste. Luego, en los próximos años, aparecieron “El Wonder”, “La Clínica”, “El Minerva” “El Rey del pescado frito”, “El Touring”.

    Estos restoranes eran frecuentados por alegres muchachadas de intelectuales, obreros, ferrocarrileros, comerciantes, funcionarios públicos, escritores, pintores, cantantes, actores, vagabundos, delincuentes, que se entremezclaban en  frenéticas y caóticas trasnochadas, que sólo le pedían a la vida unas migajas de diversión. Ud. se podía encontrar con Neruda y el cabro Eulalio a la vez en algunos de estos lugares.

    Cuando el propietario del restorán La Marina, le dio la buena nueva a su clientela de artistas que inaguraría un nuevo local en Bandera al ochocientos, el pintor Diego Muñoz se ofreció a pintar el local, que se llamaría “Zeppelín”, pidió $10.000.- la mitad al inicio y la otra mitad en maltas y pilsener que ascendía a la cantidad de 25.000, que se las tomaron  su grupo, compuesto por Neruda, Julio Ortiz de Zárate, Isaías Cabezón, Alberto Rojas Jiménez, Tomás Lago, Lalo “Paschín” Bustamante y otros.

    Hoy, ya no se toman maltas y pilsener heladas, sino “chelas al polo”. El curao que adorna el paisaje urbano de mi barrio, que cuando se encuentra “pato” pide humildemente unas monedas para la del estribo, hoy es un “zampao” que anda “misio”. Los cesantes del barrio salían a buscar unos “pololos”, ahora salen a buscar “chambas”. Las peucas que patinan en la esquina de Bandera con Aillavilú que cazan a los califas que pasan por allí, se han convertido en “polillas” que buscan a los “templados”.

    Cuando vuelvo de realizar algunos trámites  en el centro, paso a tomar una “gaseosa” al almacén de Genaro y al almuerzo vamos al “richi”. Mi compadre Rubén hoy es “mi pata”, “mi chochera”, quien tiene como “enamorada” en un segundo “compromiso” a una negra “huachafa” algo extravagante. Y cuando hace frío me pongo la “chompa”.

   Puchas, ¡como hecho de menos la tienda “Donde Baranda” (donde la moda manda) allí me compraba corbatas para empleados públicos cuando manchaba la que andaba trayendo con grasa del un pernil de chancho del Hércules, que luego la mandaba a limpiar a la lavandería “Voronoff” (que aunque parezca mentira, sigue en la pelea entre topless de mala muerte).     Recuerdo que acompañaba a mi tío Pedro, huaso de Til Til, a comprarse pantalones de talla 54 (XXL de ahora), su chaquetita y botas de huaso urbano. Añoro además, la sombrerería “Olguín” donde se limpiaban y planchaban los mejores sombreros de Santiago.

   Hoy, vivo entre el “Rincón peruano”, el “Cajamarquino”, el “Gordo norteño”, el “Puente de los suspiros” (uno suspira más por la dueña que por el puente); me tomo un “chilcano” en vez de un “jote”; escucho música “chicha” todo el día y cambié el “poh” por el “peh”.

  Me cuesta encontrar sopaipillas con ají en la calle, porque las “papitas rellenas” la llevan. Los motes con huesillos se baten duramente con los jugos de naranja y pomelos, que se estrujan en carritos de supermercados en las veredas de la barriada. Las máquinas de traga monedas han reemplazado a los juegos de cacho y dominó, que eran esencialmente sociables y fraternos.   ¿Qué pasó? Lo que ha pasado siempre con la pobreza, que obliga a los humildes asalariados a mudarse de país, barrio y ciudades en pos de las escasas monedas. Hoy son nuestros hermanos del Perú, ayer fuimos nosotros cuando invadimos  la ciudad boliviana de Antofagasta (donde la población llegó a tener un 90% de chilenos que trabajaban las minas de salitres y explotaban el guano, antes que pasara a manos chilenas) o el éxodo de chilenos a la Patagonia argentina. Para que nombrar la cantidad de mexicanos, portorriqueños, y de otras nacionalidades que viajan a USA.