Por Artigaz
¿Cómo nos damos cuenta de que estamos “progresando”? , ¿Qué le entregaremos nosotros, los posmodernistas, bajo el logotipo de “progreso” a la próxima era?
En un principio, mi pretensión fue examinar y hacer una especie de concepto en relación con los avances (culturales, de pensamiento) que heredamos de las antiguas generaciones, o si se quiere, de las corrientes o los “movimientos” que nos han precedido, pero la complejidad era tremenda (por no decir apórica) ya que me percaté de algo que aparenta ser bastante obvio; catalogar un progreso o un avance en relación a una generación es ambiguo y, casi por extensión, nos topamos con una interrogante mas profunda ¿qué es un progreso?, ¿quién determina que fue un progreso alguna u otra cuestión asunto o materia?
Ante tales complejidades opte por realizar un examen dimensional de nuestra era, a saber (y según dicen), la era posmodernista. ¿A alguien le avisaron que éramos “posmodernistas”?
Vamos por parte. A mi parecer, las ideas básicas que la gente considera “verdades” permanentes sobre nuestra naturaleza humana y la sociedad, inevitablemente mutan a lo largo de la historia, por lo mismo, nuestro deseo de crear, de inventar y de ser diferentes, en definitiva, no es más que “nuestra” idea central, nuestra verdad inmanente, nuestro deseo. Elogiemos a los deseosos.
Le entregaremos a nuestros sucesores una sociedad globalizada y fría, que privilegia todo menos a la persona, que paradojálmente es la esencia misma de la sociedad, a modo de ejemplo uno de los íconos de la globalización, las torres gemelas, hace no mucho, por las causas que todos sabemos, se desplomó en miles de pedazos, bastante simbólico ¿no creen? ahora apliquen esa simbolización al hombre. Espero que no se cumpla mi dramática analogía.
Sigamos, quizás el error más recurrente en la actualidad es que nos hallamos en una tenaz búsqueda de lo ajeno, lo posible, pero fuera de nosotros mismos, es decir, buscamos en un entorno vacío y despersonalizado algo que se supone no tenemos, alguna substancia (entendiendo substancia como ser, esencia o naturaleza de algo) de la cual carecemos, pero sin duda alguna, la respuesta está en nuestro interior. Necesitamos reflexión, un análisis sincero de carácter introspectivo, intrínseco. Estamos alejados de nosotros mismos. De las causas ni hablar, al parecer uno de los motivos que se tornan mas “culpables” de esta ausencia de ser, es la inmediatez y la patente rapidez con que vivimos. En efecto, en un mundo globalizado, la persona que se dedica a la contemplación es un descarado, un flojo y por que no decirlo, un cavernario, siendo que ese camino es el mas indicado para alcanzar el tan necesitado equilibrio dentro de esta sociedad que cada día te exige estar alerta ante todo lo que llegó, está llegando y por supuesto lo que está por venir, de ese modo estamos obligados a vivir apurados, contra el tiempo preocupados del mañana de rendir y de estar siempre a la vanguardia. No se trata tampoco de estar todo el día sentado en la cima del “Santa Lucia” contemplando el “smog” al más estilo de los antiguos griegos, por lo demás, si así alguien lo hiciese terminaría por ser asaltado o la fuerza pública se lo llevaría detenido por orate o posible sospechoso que, en potencia, pudiese quebrantar la ley. No, se trata simplemente de compatibilizar el “qué hacer” cotidiano, nuestras obligaciones con lo sublime que implica el “darse un tiempo”.
No solo la pintura, la literatura o la música sirven para este efecto, yo propongo algo más simple; cuestionémonos de forma sutil y sincera, tratemos de encontrar nuestro lugar en este mundo, que por lo demás es bastante maravilloso. Solo hay que “darse el tiempo” y buscar.